“El miedo nos hace más daño que aquellas cosas a las que tememos”. Lema estoico. Había una vez un país cuyos habitantes eran una amalgama entre -de una parte- gente inculta, supersticiosa, ignorante, en fin, simplemente bruta; y -de otra parte- gente con cierto nivel de sentido común y unos que otros -incluso- muy inteligentes. En ese país del cuento, digamos que (parafraseando a Inés Aizpún) apareció un iluminado “peregrino” que empezó a correr como Forrest Gump, proclamando -más o menos, según entendí- que Dios le había revelado que, para librar a ese pueblo del COVID-19, debía llevar una cruz a cuestas (a pies) desde el sur al norte de la isla Hispaniola, y echarla al mar en la ciudad de Puerto Plata. En ese país de nuestra historia, el peregrino no anduvo solo, sino que cientos de personas -según se calcula “al ojo por ciento”- se sumaron a su macondiana actividad, tanto durante los últimos tramos de su trayecto como durante su inmersión playera en la ciudad de Puerto Plata,
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